¿No te la bancas? No, la verdad que no me la banco. No me la
banco porque estoy cansada de mirar para todos lados si camino de noche. De
desesperarme si el colectivo tarda más de cuarenta segundos en aparecer.
Cansada de que te “cortejen” barbáricamente, de que te agarren y te apunten y
no te suelten mientras te violan los labios, la piel, el alma. De pedirle que
te dispare porque no querés seguir siendo espectadora del sufragio de lo único
que realmente te pertenece: tu cuerpo. Y no, no te dispara, no te dispara
porque sus pupilas se dilatan con cada grito que se te escurre por la garganta,
con cada patada y cada manotazo ahogado que por inercia sale disparado de tus
extremidades. La sal que te corre por la cara se mezcla con saliva y sangre, el
espacio y el tiempo se ciernen sobre ese momento y esas cuatro baldosas en las
que toda tu existencia se ve atrapada. Y te preguntas si eso es todo lo que te
toca, si tu único propósito en tu travesía entre almas manchadas y billetes y
alientos a conformismo es llegar a ese momento, donde todo se reduce al tacto
abrasador de uñas amarillas y dientes corroídos, al coro intermitente que
determinado te repite al oído que engendrará un humano en tu vientre. Y tus
arterias explotan, tus brazos y piernas se llenan de manchas rojas como
varicela de infante al no poder soportar el peso, el peso de su cuerpo y de
todo lo que conlleva estar ahí. Sólo podes cerrar los ojos, sacudir la cabeza y
sentir las burbujas que te suben por la garganta con cada aullido. Esperar el
momento en que corra lejos, llevándose mucho más que tus bienes materiales en
los bolsillos, para notar en tu ser una marca que no se borraría nunca.
Y es que todavía me
lo siguen recordando como el día en que me atreví a caminar sola temprano por
la mañana.
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Ojalá algún día se erradique de verdad.
Me gustó!
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